Las Guerras del Futuro no serán contra los Robots

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Links mencionados en este Podcast: Gerardo Magallón, Chris Matyszczyk, ZDNET, Microsoft
Locución Klau Tenorio, Music by ComaStudio from Pixabay

Las guerras del futuro, que deberán librar nuestros bisnietos, no serán contra los robots.

Hace un par de días estuve conversando con mi amigo y colega Gerardo Magallón, fotoperiodista y videógrafo de larga data, dedicado casi siempre a documentar temas sociales.
En una mesa de café que se extendió por más de cuatro horas, hablamos en principio de todos los adelantos técnicos en materia de fotografía y video, Photoshop, y otros programas de edición de imágenes, sorprendiéndonos de los adelantos alcanzados.
Pero una de las preguntas que surgió en la charla, es qué busca la gente que a diario se retrata en cualquiera de las redes sociales tratando de atraer seguidores.

Las respuestas pueden ser muy elaboradas y extensas, pero luego de repensar el tema, me arriesgo a decir que lo que lleva a la gente a exponerse en imágenes, y al mismo tiempo regalar sus datos personales, reside en la ansiedad de pertenecer.
Fuera de los que alcanzan fama por mérito propio, como son los artistas de cualquier performance, debido a su capacidad histriónica, su creatividad, o bien su habilidad en los deportes, que los lleva automáticamente a conseguir miles o millones de seguidores, los mortales anónimos nunca habíamos tenido la posibilidad de pertenecer a algún grupo de notables.
Las redes sociales están inundadas diariamente de gente que se la ve muy desesperada, con la ilusión que su fotografía, meme o video se haga viral, y millones de personas los reconozcan.
Y al mismo tiempo, poder ganar dinero extra el mejor estilo de Kim Kardashian, sin hacer nada que sea significativo para la sociedad y vivir entre los mejores lujos.
De esto, se puede deducir que aquellos que buscan de manera desmesurada pertenecer, lo hacen para alcanzar ese mundo de fama, joyas, champagne, y yates navegando en aguas azules, donde la vida goza de una felicidad sin límites.

Lo paradójico de esto es que las grandes compañías que nos dejan gratuitamente pertenecer a sus redes, buscan exactamente lo contrario.
Solo para citar un ejemplo, la empresa Microsoft, que está en la mira de los críticos debido a su decisión de intercalar anuncios en su programa de correo electrónico gratuito, en su versión para Android e IOS, como si fuera otro correo que ha llegado a la bandeja de entrada, ha recibido el feroz juicio del analista Chris Matyszczyk de ZDNET quien dice (traducción del inglés):
“Algunas cosas requieren un talento particular. Cocinar requiere una hermosa mezcla de paciencia e imaginación. El fútbol requiere una maravillosa mezcla de coordinación y determinación. Por otro lado, molestar a tus clientes requiere una mezcla cobarde de frialdad atroz e indiferencia sublime.”

Quienes presionan a sus empleados a trabajar horas extras gratuitas como en Estados Unidos   aumentan significativamente la productividad sin que les cueste más dinero.
Imagen de WikiImages en Pixabay

Sin embargo, uno puede pensar que, si la empresa Microsoft nos da la posibilidad de contar con un programa gratuito, entonces tiene el derecho -sin avisar- de intercalarnos correos electrónicos de publicidad, con el engañoso modo de hacerlos aparecer como correos normales, cuando en realidad el propósito es netamente comercial.
Además, en los hechos la aplicación de correo no es gratuita, pues el servicio está sobradamente pagado con la adquisición del software Windows.
Así, siguiendo los pasos de Facebook y Google, Microsoft ahora se suma al bombardeo masivo de publicidad para que nuestras aspiraciones suban a niveles que son inalcanzables, o intercambiables por deudas que heredarán nuestros nietos.
Sumado a esto, esta misma compañía tuvo que disminuir el nivel de vigilancia de su producto, Office 365, en aquellos empresas que utilizan ese software para medir la productividad de sus empleados, considerando el tiempo que los trabajadores pasan frente al programa.

Las redes sociales están inundadas diariamente de gente que se la ve muy desesperada, con la ilusión que su fotografía, meme o video se haga viral y millones de personas los reconozca.

Esto redundaba en evaluaciones de productividad claramente violatorias de los derechos a la privacidad de los empleados.
Ante esto, si queremos entender cuáles son los objetivos reales de los gigantes del software, podemos mencionar al movimiento que se está presentando en Estados Unidos. llamado Quiet Quitting (que podría traducirse como renuncia silenciosa). Este fenómeno implica hacer solo aquellas tareas requeridas por la dirección de una compañía, y/o dejar el puesto de trabajo a la hora de salida establecida en el contrato. Algo que, para los latinoamericanos, y también para muchos europeos, es la rutina normal de trabajo, pero que, en algunos países con feroces políticas comerciales, significa una falta de interés por lograr una mayor productividad.
De manera que quienes presionan a sus empleados para trabajar horas extras gratuitas, como en Estados Unidos, o aquellos que expresan el condescendiente “échale ganas” en México, en realidad lo que están haciendo es que los empleados aumenten significativamente su productividad sin que a las empresas les cueste más dinero.

El objetivo final no es que estemos más conectados, o ayudarnos a ser más productivos para nuestros propios beneficios, sino agrandar cada vez más la brecha entre los superricos y los ciudadanos que desean progresar.
Por eso, las redes sociales hacen que sea una ilusión constante, casi imposible de alcanzar, la aspiración de pertenecer a ese mundo mágico de los billonarios.
Cada fotografía subida a las redes, cada consejo de superación personal o cada risible anuncio sobre lo que nos deparan los astros, lleva escondida la triste soledad y desasosiego de los que se sienten perdidos en la nebulosa inmensidad de un mar que no deja avizorar sus orillas.
Si se unen los puntos por cada noticia desalentadora en materia de tecnología, no es difícil inferir que estamos en un novedoso y sofisticado modelo de esclavitud, en el que se reclaman los derechos mínimos de las personas, y al mismo tiempo se les presiona a estas para que al final solo se enriquezcan los que ya poseen fortunas incalculables.

Las guerras del futuro, que deberán librar nuestros bisnietos, no serán contra los robots.

El resultado es que las guerras del futuro, que deberán librar nuestros bisnietos, no serán contra los robots. Sino que auguran cruentas batallas contra los que -secretamente- hoy están por una nueva esclavitud.

Y por el momento, estos últimos nos llevan la delantera.