Fotoperiodistas en Ucrania

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March 3, 2022: destroyed buildings on the streets of Kharkiv, Ukraine.

Han pasado casi cuatro meses que comenzó la invasión de Rusia a Ucrania.

Hemos visto, en todo este tiempo, fotografías del horror, de la muerte de civiles y militares por parte del invasor.

Como si nos regresaran de pronto a la mitad del siglo XX, hoy vemos los tanques destruyendo ciudades, disparando misiles en zonas urbanas, el caos, la muerte de niños refugiados en escuelas.
(Photo by YuriiKochubey)

Y todo esto de la mano de los fotoperiodistas, videógrafos y reporteros que nos muestran una guerra que no esperábamos, ni nosotros, ni ellos tampoco.
La diferencia, en todo caso, es que esta vez no es una conflagración originada desde Estados Unidos contra algún país subdesarrollado, sino que la potencia nuclear más grande de la tierra, ha decidido anexar, como en los tiempos de la segunda posguerra mundial, a un país que se siente más cercano a Europa que a cualquier otra región o ideología.
Y los fotoperiodistas están allí, arriesgando sus vidas nuevamente, y algunos han muerto en pos de su profesión.

Pero nada los detiene.

Ni los jóvenes con poca experiencia, pero con arrojo de sobra, hasta los fotoperiodistas más premiados de este siglo y del pasado.
Para aquellos que habían anunciado la muerte del fotoperiodismo, esta cobertura les devuelve una respuesta insoslayable.
Porque alguien tiene que mostrarle al mundo lo que está sucediendo, porque desde el nacimiento de la fotografía hubo quienes decidieron que, a pesar de toda la censura aplicada en cualquier enfrentamiento bélico, allí están las fotografías para que no olvidemos, para que quede el documento de lo que allí ha pasado, de lo que está pasando, con toda la crudeza, con todo el horror, contraviniendo las oscuras intenciones de la posverdad, de las noticias falsas, de los argumentos que, con todo desparpajo, desarrollan los políticos para justificar sus tropelías.
No hay más que fijar los ojos en las imágenes del horror para que nos queden grabadas en la mente, y las traigamos de regreso cada vez que algún emulo de Adolfo Hitler nos quiera convencer de la necesidad de las supremacías.
Desde drones manejados remotamente por fotoperiodistas que están a la vanguardia de la tecnología, hasta imágenes en blanco y negro hechas por uno de los fotógrafos de guerra más importantes de la historia (James Natchtwey), hasta las imágenes de los mutilados de guerra tomadas con la profunda empatía de un fotoperiodista también mutilado por otra guerra, Emilio Morenati, pasando por multipremiados fotorreporteros que nos muestran la carencia en hospitales, las calles destruidas, los civiles huyendo en trenes abarrotados que nos regresan a una Segunda Guerra Mundial que creíamos haber dejado atrás.

Kyiv, Ukraine: 18 March, 2022 - President of Ukraine Volodymyr Zelensky during an address to the Ukrainian people in Kyiv

Y también fotografías que se volvieron icónicas mucho antes que la guerra hubiese terminado, el rostro compungido del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, al ver el desastre de las pilas de cuerpos de civiles muertos por los ataques de las fuerzas rusas en Bucha, inmortalizado por la fotografía del ganador del premio World Press Photo Ronaldo Schemidt, y que viralmente se convirtió en pintura, poster, grafiti en las calles, playeras, y varias otras formas de un arte de protesta contra la fatalidad de la guerra.
Photo by Fotoreserg

Todo esto nos demuestra que la fotografía se va transformando por si sola en las manos de aquellos que denuncian, y que toman la forma que la gente más desea para llegar hasta sus conciencias.
La metamorfosis de la imagen fotográfica que se va convirtiendo en símbolo de lo que aborrecemos, como la del médico que lleva a un niño mutilado por los pasillos de un hospital tomada por Emilio Morenati, que se ha convertido en pintura por Olga Wilson, ícono histórico que nunca se borrará de nuestras mentes.
Lynsey Addario, ganadora del premio Pulitzer, arriesgando su integridad -una vez más- para dejar sentado que los misiles matan a familias enteras que tratan de huir de la implacable letalidad de una guerra despiadada que también nos hace testigos de las madres, como ella misma, que deben velar por los hijos propios y ajenos en trenes que huyen del horror, en hospitales improvisados en un refugio antibombas, en tiendas de campaña emplazadas en otros países que les dan cobijo a los refugiados.

Hostroluchchya, Ukraine Homemade iron thorns to stop enemy cars,in a  checkpoint at the entrance to the village  to stop enemy vehicles.

Y la muerte, porque todos ellos nos muestran la muerte con total crudeza, como bofetada de una realidad a la que nosotros estamos muy lejanos geográficamente.

Y muchos, muchas más mujeres y hombres cargando su cámara, y quienes hasta han perdido la vida por mostrar imágenes de quienes destruyen y son destruidos, de quienes violan mujeres, de soldados que envían a sus esposas “regalos” robados de las manos de inocentes, como vergonzoso trofeo de guerra.
Photo by Oles_Navrotskyi

Todos ellos, los fotoperiodistas, nos están demostrando que no solo el fotoperiodismo no ha muerto, sino que hoy está a la vanguardia de lo que las sociedades necesitan para detener las barbaries.
Por todas ellas y ellos, por sus esfuerzos, sus noches sin dormir, por los nervios a flor de piel con la fatalidad inminente de perder hasta su vida, no queda más que darles un millón de gracias.

Desde este humilde blog hecho por y para la fotografía, hay que agradecer a todos aquellos que hoy tienen sus pies en el desahuciado terreno de la guerra. Y con todo el respeto y toda la admiración, por ellas y por ellos, desde aquí, yo me quito el sombrero.